EL PENSAMIENTO PEDAGOGICO EN LAS SOCIEDADES ARCAICAS Los grandes ejes del comportamiento animal; procreación y cuidado de las crías, búsqueda de alimento y protección del espacio vital, no se constituye en el hombre a partir de esquemas instintivos, si no que deben ser fomentados de generación en generación, y así se logrará un nuevo tipo de comportamiento extranaturales que denominamos culturales o simplemente humanos. Desde los comienzos de la civilización existieron grupos, instituciones más o menos formales, individuos escogidos, pautas de conducta colectiva, etc. Cuya misión consistía precisamente en llevar a cabo dicha reimplantación, esto es, educar, intervenir en los procesos psicofísicos infantiles para conseguir lo que la comunidad consideraba adecuado implícita o explícitamente para la continuidad de la misma, aunque sin una reflexión teórica a cerca del propio proceso. La reflexión intelectual, el pensamiento propiamente dicho, no tiene lugar si no cuando la lucha por la supervivencia no tiene los agobios de los primeros momentos cuando las (instituciones) garantizan por sí mismas cierta continuidad al grupo. Solo entonces el mundo natural y humano en cuanto tal y desligado de su función de soporte para la vida se convierte en objeto de contemplación y de reflexión intelectual. En un sentido quizás difuso y ambiguo, puede decirse que esta primera reflexión tuvo incidencia en el ámbito de la educación, y puesto en esos primeros momentos lo más urgente era implantar en el sujeto todo aquello relacionado con la eficiencia física, puede decirse que dicha primera reflexión intelectual versó sobre la educación física. Según expresa Mondolfo R. en su libro titulado el pensamiento antiguo que: “No solo la primera reflexión intelectual tuvo incidencia en el campo de la educación si no que incluso en la primera reflexión tematizada (literaria, aunque no necesariamente escrita) tuvo un carácter antropológico; procedió a la reflexión sobre el mundo natural porque cuando el hombre se paraba a pensar sobre problemas cósmicos los consideraba inicialmente como problemas humanos y gobernados por las mismas fuerzas que rigen las relaciones entre los hombres.” [1] Pues bien difícilmente puede el hombre reflexionar, pararse a pensar sobre sí mismo, sin convertirse a pensar sobre sí mismo. Sin convertir en objeto de contemplación los tipos de comportamiento más adecuados a su supervivencia y los modos en que debían ser aprendidos por los componentes el grupo. Dado que los primeros momentos están rodeados de oscuridad por falta de documentación escrita que revele el proceso de su desarrollo, únicamente podemos acudir a la información que antropólogos y arqueólogos han podido reunir y ordenar. Esta información enseña de alguna manera que los progresos de toda civilización están inseparablemente ligados al fenómeno educativo y al grado de conciencia que las diversas autoridades tuvieran del propio fenómeno. Como dice Van Dalen (1973) “Aún en la sociedad más primitiva la educación debió ser la fuerza motivadora que elevara su cultura en un nivel superior”[2] Según este autor, el hombre primitivo nunca llegó a formular una filosofía de la educación; la existencia de ésta estaba limitada o mejor dicho determinada por una finalidad dinámica y no explicitada que consistía en procurarse la supervivencia mediante hábitos rígidamente establecidos, por eso, los fines de la educación que implícitamente modelaban al niño eran la seguridad y la adaptación. No obstante para otros autores por lo que respecta al origen del juego, entendido en su sentido retrospectivo debemos situarlo a partir del juego animal, que evolucionó en el hombre hacia una estructura superior integrada, en primer lugar, por componentes utilitarios y por creencias, que surgían en forma ritualizada en aquellas actividades de gran trascendencia para el grupo; pues gradualmente se fue configurando un cuerpo de creencias y tradiciones mitificados y mistificados en ritos o ceremonias a los cuales habían de subordinarse todos los miembros de la comunidad; de esta manera: “la educación y el juego caracterizado desde sus orígenes por una simbolización espiritual, forma parte del acervo cultural de los pueblos y se hace manifiesto en la conciencia individual y colectiva de éstos. De su características de creatividad, libertad y espontaneidad. Se generan costumbres, conocimientos y cultura”.[3] De tal manera que la educación, fundamentalmente educación física, comenzó siendo transmisión de éstas formas de hacer fijas que, permitía cierta continuidad cultural, muchas veces daba lugar a un tipo de sociedad anquilosada por la rigidez de las costumbres. De ahí la importancia del grado de conciencia que en cada comunidad se tuviera del fenómeno educativo y de la reflexión sobre el mismo como factor del progreso. Entre los objetivos de la educación física primitiva no podrían diferir de los objetivos de la educación general; eficiencia física, fortalecimiento de los lazos del grupo, y quizás también el progreso cultural cuando las necesidades vitales estuvieran cubiertas esto debió marcar el pasado al principio de reflexión físico-educativo. A medida que las instituciones fueron garantizando cada vez más a la propia continuidad de la civilización, la práctica educativa fue formalizando pasando a defender grupos organizados a quienes se les encomendaba tal misión, sin que por ello pueda decirse que dicha labor se separó del conjunto de costumbres rituales de la comunidad. Haciendo un análisis antropológico del juego, se puede atribuir a éste un comienzo de tipo mágico religioso, vinculando siempre a la euforia, y manifestando en ritos sagrados hacia las fuerzas superiores. Huizinga, plantea la hipótesis de que “el hombre desde su dimensión lúdica y festiva -homo ludens- crea una cultura a través del juego, revelado no sólo en formas competitivas como la guerra, si no en las más altas manifestaciones de la vida humana; ritos, saber, justicia, arte, ciencia, y todo cuanto ha generado el hombre culturalmente encuentra su razón última en el juego”[4] De esta manera Huizinga, no sólo basa la dimensión lúdica en forma bélica entre los pueblos, si no que le atribuye al hombre como una manifestación cultural en todos los ámbitos de su formación, porque en el juego encuentra su razón de ser. Entre los juegos como los cometas, la golosa, que parecían ser derivaciones de ceremonias o rituales en honor de las fuerzas cósmicas naturales que gobernaba la vida de la tribu, simbolizando cada uno de ellos diferentes significados fundamentales para la vida, pues se relacionaban los dados con el orden cósmico, el trompo con los cuerpos celestes, las cometas con el viento, la golosa o raquéela con el ascenso de las almas al cielo Son muchas otras las manifestaciones lúdicas en donde se detectan ciertos elementos culturales: los mitos son ficciones alegóricas en donde se plasma historias de un determinado grupo acerca de figuras y acontecimientos legendarios, como ejemplo, que redacta Gladis Elena en su libro el juego en la Educación Física; es que viene ejemplificando en las crónicas del Popol-vúh; en América el simbolismo del juego de pelota que entre los mayas estuvo relacionado además de los aspectos puramente cosmogónicos, con la concepción del bien y del mal, su sentido religioso asociado con lo lúdico, hizo posible esta simbiosis entre la moral y el juego. Uno de los relatos que cuenta la historia es: “de dos héroes gemelos convocados por las príncipes de la muerte que reinaban en tierras bajas de Xibalbá, para disfrutar un partido de la pelota los dos hermanos gemelos pierden el importante encuentro y las agentes del Xibalbá deciden sacrificarlos, pero uno de los hermanos, aunque decapitado embaraza a la hija de uno de los príncipes de Xibalbá. Los dos hijos de éstos, nacidos en las tierras altas cobraron venganza, bajaron a Xibalbá para jugar un partido de pelota, que ganaron gracias a las artes de la magia.”[5] Fue así como los mayas personificaron el relato del juego de pelota, que parecido al baloncesto actual, consistía en pasar una pelota de caucho por un aro de piedra sujetado verticalmente en un muro a una altura variable en el que el hecho de ganar correspondía a una proeza inmortal, mientras que el perdedor del juego pagaba su derrota con su vida, ofreciendo su sangre a los dioses. Esta manera de jugar para ellos era una acción dedicada a la mitificación de sus propios dioses, según su cultura, considerando así la ley del más fuerte, además que hay que tener presente otra idea que cuanto más arcaica la cultura más indiferenciados en su fiestas, los caracteres sacros, lúdicos, competitivos y mágicos. Con todo esto podemos consumar que en muchos pueblos antiguos la contemplación de la vida generaba un sentimiento hacia ella que se hacía evidente en forma de juego sagrado, mediante él estos pueblos se acercaban, agradecían y pedían a sus dioses. Sin embargo: “la victoria en el jugo ritual se asumía como la victoria de las fuerzas positivas sobre las negativas manteniendo de este modo el orden del mundo y el bienestar del grupo participante”[6] En este sentido el juego era visto en forma positiva para garantizar a los pueblos un bienestar en común y lograr satisfacer parte de sus necesidades, como la alegría, el goce y el gusto y de esta manera mantener el triunfo en la vida de comunidad. [1] ORTIZ Iñiguez, Arnoldo; clase de E. Física, del año 2000, de la Universidad de Colima. [2] IBID [3] CAMPO, Sánchez, Gladis Elena; El juego en la Educación Física, Ed. Kinesis Colombia 2000 pág 17. [4] IBIDEM. pág. 17 [5] IBIDEM. pág., 18 [6] IBIDEM. pág. 19 |