08 de febrero de 2012 12:19:00 horas

Don Cunegundo es un magnate, muy viejo ya, que tiene muchísimas empresas que controla desde su lujoso castillo. Tiene diez asesores y diez personas que cuidan de su enorme hogar. Fuma sus enormes puros todo el día, mientras habla por celular, envía correos y vigila sus compañías. Eso es… ¿vida? No lo creo.

Don Cunegundo va al doctor porque se siente muy cansado… ¿y cómo no va a estarlo?, si se la pasa sentado y jamás ha dado un paseo por los bonitos jardines de su castillo que, por cierto, solamente compró porque todos los ricos lo hacen.

Cuando regresa del doctor, encuentra a unos saltimbanquis afuera de su propiedad, riendo y tocando bonitas canciones. A él le caen mal, porque son muy alegres y claro, Don Cune qué va a saber de alegría. Intenta ignorarlos al pasar. Desafortunadamente, esa noche una terrible tormenta deja a los artistas sin su camión, ni tiendas de campaña, ni comida. El millonario decide alojarlos en su invernadero y cuando pasa por ahí, se admira de que estén felices, aunque perdieron todas sus pertenencias.

Max, el líder de los saltimbanquis descubre que Don Cune no tiene ningún recuerdo de su infancia, así que le hace una gran oferta: ellos van a venderle una vida nueva, llena de aventuras en el oeste, escapadas a medianoche y noches cazando ranas. Cunegundo acepta y a partir de ese momento, se olvidará de su trabajo para disfrutar de cosas que siempre creyó inútiles. ¡Si hasta tendrán boda!, ¿será de verdad, o puro cuento?

Para descubrir lo que sucede con este amargado millonario y su grupo de artistas vende-vidas, lee “El comprador de vidas”, de José Antonio del Cañizo.

Reportando de empresas nada convencionales y hombres con dinero, pero sin alegría, Charangay.