Diccionario, - China El comienzo de la era histórica
El final de la era prehistórica y los comienzos en China de lo que podría denominarse un principio de civilización superior, ya plenamente histórica, está vinculado a la tecnología del bronce o lo que algunos autores han denominado la formación de la ?alta cultura china?, que se desarrollaría a lo largo del III y II milenios a.C. Esta cultura presenta unos rasgos definitorios, unas ciertas características que suponen un salto cualitativo respecto a las culturas plenamente neolíticas: una economía agrícola sedentaria, asentamientos urbanos, la aparición de la escritura, una diferenciación social más o menos compleja, una incipiente organización estatal o el uso doméstico del caballo; rasgos que por otra parte son comunes en la configuración de otras tempranas civilizaciones. Teniendo en cuenta además las particularidades geográficas de China, se ha señalado con frecuencia la imperiosa necesidad de regular los cursos fluviales para garantizar el desarrollo de las tareas agrícolas como un factor alrededor del cual nacería una primitiva forma de organización del Estado, instrumento idóneo para el reclutamiento y organización de la ingente mano de obra necesaria para afrontar las obras hidráulicas.
Las pruebas arqueológicas del período contemplado (III y II milenio), con un sensible enriquecimiento de la cultura material en los estratos correspondientes -abundancia de distintos tipos de vasijas, cuchillos, y otros utensilios de bronce- , atestiguan el desarrollo de una civilización bastante avanzada en torno a la cuenca baja del río Huang He, o río Amarillo, en las actuales provincias de Henan y Shandong, aunque más incierto es establecer si en este desarrollo tuvo un mayor peso la propia evolución de las culturas presentes en dichas zonas y de migraciones interiores que ponen en contacto a pueblos de otras regiones del propio entorno chino, o si por el contrario el factor determinante fue la influencia de los pueblos indoeuropeos de Asia Central y Suroccidental. Por otro lado, las leyendas chinas elaboradas a posteriori que hacen referencia a sus propios orígenes cabe considerarlas no tanto como fuentes fidedignas de información histórica, del mismo modo que lo es la Arqueología, sino como un reflejo de la importancia que los chinos confirieron a ciertos elementos fundamentales en la formación de su civilización y que serán casi una constante a lo largo de su historia: la roturación de tierras, el control del curso de los ríos, la actuación sabia y moral de sus monarcas. Todo ello se percibe de forma clara en las narraciones legendarias de los ?Tres Grandes Soberanos? -Fuxi, Shennong y Huang Di- y los ?Cinco Emperadores Míticos?, Chao Hao, Ti Xin, Ti-ku; Yao y Shun, a los que dichas fuentes otorgan el papel de fundadores de la China Imperial.
En este mismo contexto de configuración de una civilización superior, pero a medio camino entre la leyenda y la evidencia histórica, se encuentra la dinastía Xia (Hsia), cuya cronología más extendida lo sitúa entre los años 2205-1766 a.C., aunque no obstante cualquier periodización estricta es discutible, ya que según otras fuentes sitúan su desarrollo entre 2033 y 1562 a.C. Xia es tradicionalmente considerado un período protohistórico, de transición hacia el comienzo de la auténtica era histórica; el hecho de conocer la lista completa de los emperadores Xia -un total de diecisiete, recopilados en el siglo 1 a.C.- induce a pensar de esta manera, tendente a considerar ésta la primera dinastía imperial de China. Sin embargo, otros argumentos apuntan en dirección contraria: así, las fuentes arqueológicas no son concluyentes sobre la existencia de un Imperio Xia como tal, sino que sólo testimonian la existencia en Shanxi meridional de algunos restos de una cultura neolítica tardía que incluso pudo ser contemporánea de la dinastía Shang. Por otra parte, los datos que se conservan sobre Xia están más vinculados a la tradición mitológica, como prueba el mismo hecho de atribuir su fundación al ?Gran Yü?, el emperador que según la leyenda sucedió al último de los ?Cinco Emperadores Míticos?, Shun; precisamente el rasgo más llamativo de Yü lo identifica como el hacedor del encauzamiento de los ríos de China, hecho que hizo posible la agricultura, lo que nos remite a la ?teoría hidráulica? anteriormente esbozada para explicar el origen del Estado. En definitiva, desde un punto de vista exclusivamente científico resulta cuando menos bastante arriesgado situar la dinastía Xia como el punto de arranque de las dinastías históricas chinas, si bien hay que considerar su presencia en las fuentes escritas posteriores como un síntoma.
La dinastía Shang
Los testimonios históricos son más fidedignos en cuanto a la cultura Shang (o también llamada Shang-Yin), en los comienzos del II milenio a.C. Al parecer, esta cultura revistió los rasgos de un primitivo Imperio, y en función de ello cabe considerarla como la primera dinastía imperial china de la historia. Aunque la dinastía como tal no se fundó hasta el siglo XVI a.C., las primeras manifestaciones materiales de la configuración de esta cultura se sitúan incluso en fechas muy anteriores (finales del III milenio). De éste y otros indicios cabe deducir que su influencia cultural debió ser mucho más fuerte que la política. Los primeros asentamientos Shang están muy estrechamente vinculados a las culturas neolíticas de la cuenca baja del río Huang He, y sus primeros orígenes se remontan hacia el año 2.400 a.C. A pesar del marcado carácter feudal y guerrero de las clases superiores, la sociedad Shang era esencialmente campesina.
Los emperadores, o wang, se hallaban en la cúspide de la organización estatal del Imperio Shang, aunque existen dudas sobre si su poder emanaba más de la condición de señor feudal o de sus funciones como máxima autoridad religiosa. Se conoce la existencia de veintinueve emperadores Shang, desde el fundador dinástico, Tang el Victorioso o el Perfecto, hasta Ti-xin (Ti-hsin), el último al que las fuentes se refieren con el título de wang; su reinado, y por tanto la dinastía, debió finalizar hacia el año 1045 a.C.
La religión es quizá el aspecto más llamativo del Imperio Shang por la importancia que sus moradores le concedieron. Sus creencias estaban estrechamente asociadas al mundo ultraterrenal y a un concepto ritualista en el que los sacrificios, tanto humanos como animales, y las ofrendas materiales, desempeñaban un papel fundamental. La relevancia del aspecto religioso en el Imperio Shang también se reflejaba a través del papel desempeñado en la sociedad por los chamanes o wu, quienes mediante la realización de ceremonias rituales mágico-religiosas intercedían ante los dioses para obtener su favor en cuestiones fundamentales como la lluvia, de la que dependía la obtención de una buena cosecha.
Muchos rasgos que definieron esta cultura del segundo milenio no desaparecieron tras la caída dinástica, entre los que destacan la agricultura como base económica, un esbozo de Estado burocrático, la importancia del ceremonial y los ritos, la estratificación social o el culto religioso a los antepasados.
Todos los aspectos relativos a la sociedad Shang se encuentran desarrollados en Dinastía Shang.
La dinastía Zhou (siglos X-III a.C.)
Los orígenes de esta dinastía son confusos, y en todo caso presentan la misma distorsión entre la cronología tradicional proporcionada por las fuentes literarias y la datación basada en las fuentes arqueológicas que afectaba a la dinastía Shang. Según la primera de ellas, los emperadores Zhou reinaron en China entre el año 1122 a.C. ?1028 a.C. según otras fuentes- y el año 255 a.C., lo que implica una interpretación de la historia acorde a la versión tradicional, en la que el primero de sus soberanos sustituyó en el trono al último de los emperadores Shang; la leyenda se encarga de detallar como este monarca, malvado e inepto, fue muerto a manos de Wu Wang el Belicoso, fundador dinástico de los Zhou, quien también falleció en combate antes de poder consolidar el nuevo Imperio. Del mismo modo que no es posible ratificar mediante evidencias arqueológicas la validez de las fechas citadas con anterioridad, tampoco resulta fidedigna la versión literaria sobre el ascenso de los Zhou, ya que está comprobado que este pueblo fue contemporáneo de los Shang al menos durante un tiempo y de hecho parece que era uno de sus reinos tributarios. En cualquier caso, y cuando quiera que se produjera el cambio dinástico, en algún momento entre los siglos XII y XI a.C., éste no debió tener un carácter de ruptura, sino más bien de continuidad en el largo proceso de configuración de la civilización china, como prueba el hecho que conservasen muchos de los rasgos de la dinastía anterior.
Los Zhou tuvieron su asentamiento original en el valle del Wei (actual provincia de Shanxi), al Oeste del territorio de los Shang, donde establecieron una estructura estatal de tipo feudal. Las fuentes literarias citan a Wen Wang, antecesor del ya mencionado Wu, como el primero de sus monarcas que emprendió la expansión hacia las tierras ocupadas por el Imperio Shang. Este proceso expansivo debió durar varias generaciones hasta culminar con la conquista de la fértil región de la cuenca baja del río Huang He, lo que al margen de los relatos legendarios, constituyó seguramente el hecho determinante a partir del cual se puede afirmar que el Estado Zhou obtuvo la hegemonía sobre el resto de reinos vecinos. Sin embargo, no puede hablarse aún de un Imperio chino unificado, ya que los Zhou no sólo no consiguieron imponer su autoridad sobre otros pueblos ?bárbaros? asentados sobre suelo chino, con los que sólo establecieron lazos de vasallaje, sino que pronto su propio Estado se vio fragmentado en varios reinos, repartidos entre miembros del linaje real y de la nobleza tribal, de modo que apenas tiene sentido hablar de una unidad política con un Gobierno centralizado: parece evidente que detrás de este fenómeno estaba la propia naturaleza feudal de la sociedad Zhou, sin duda su rasgo más definitorio.
El sistema feudal Zhou
El sistema de dominación feudal introducido por los Zhou alcanzó su máximo apogeo durante los primeros siglos del I milenio a.C. , aproximadamente entre los años 1000 y 700 a.C.; a partir de esta fecha y hasta la unificación Qin, ya en el siglo III a.C., la descentralización derivó en una fragmentación política en donde la existencia de la monarquía Zhou como poder unitario de China era poco más que nominal.
Aunque ciertamente las relaciones de tipo feudal, tanto entre Estados como en el seno de la sociedad (estas últimas denominadas feng-chien), no era algo nuevo, en la época temprana Zhou se definieron de una forma más perfecta. En lo que atañe a la sociedad, la unidad básica de este sistema era el clan familiar, institución que tenía en el parentesco el factor que presidía sus relaciones con el resto de instituciones sociales y en el ancestro común el referente político-religioso que afirmaba su posición dentro de dicho ordenamiento social. Pero el clan constituía para el individuo de clase noble no sólo el elemento que le identificaba ante el resto de la sociedad y por el cual gozaba de un cierto estatus más o menos elevado, sino la base material de su dominio, ya que sólo a través de esta pertenencia se podía acceder a la titularidad de un feudo o kuo ?estado? (estado), de cuya fisonomía -ciudad amurallada, hinterland agrícola relativamente pequeño, red de ciudades ?satélites?- algunos autores han señalado su similitud con las posteriores polis griegas o con el feudo europeo de la Alta Edad Media. Mediante el ritual de la investidura, tanto el antiguo jefe tribal religioso, el ministro cortesano o el noble guerrero se convirtieron así en señores permanentes de un territorio dentro del cual podían disponer de personas y bienes sin, prácticamente, interferencias exteriores. Por otra parte, los mecanismos de transmisión de la herencia permitieron garantizar la perpetuación de los privilegios adquiridos al principio de la era dinástica a lo largo de sucesivas generaciones, lo que a largo plazo sentó las bases del poder social y político de la nobleza en China.
Transplantado al terreno político, el sistema de kuo implicaba que el poder del rey estaba limitado a su propio carácter de señor feudal, fórmula que si bien le situaba un escalón por encima del resto de señores, en teoría vasallos suyos, en la práctica le hacía dependiente de estos últimos. La preeminencia del monarca sólo se reflejaba de forma más nítida en la faceta religiosa, donde el privilegio de llevar a cabo los rituales más importantes correspondía al trono. Por otra parte, las obligaciones fundamentales de los feudatarios se circunscribían casi exclusivamente al terreno militar, donde dada la debilidad del poder central, tanto la defensa fronteriza frente a las tribus ?bárbaras? como la integración del grueso del ejército estaba en manos de los grandes señores, quienes eran los auténticos árbitros del estado Zhou. Bajo estas premisas, la tendencia que apuntaba hacia la mengua del poder del monarca se acentuó progresivamente, y así, a finales del siglo IX a.C., alcanzó un primer punto álgido de crisis después que los nobles de la Corte reemplazaran al monarca legítimo, entronizando en su lugar a un candidato más propicio a sus intereses.
Tras un corto período de resurgimiento del poder real bajo el reinado de Xuan Wang (827-782), el poder de la nobleza feudataria llegó al máximo de su expresión en el año 771 a.C., cuando el rey Yu Wang fue asesinado en el transcurso de una revuelta palaciega que aprovechó la amenaza de invasión por parte de uno de los pueblos bárbaros para menoscabar definitivamente la posición del soberano Zhou. Aunque la sucesión recayó en uno de sus hijos (Ping Wang), a partir de esta fecha apenas cabe hablar ya de monarquía feudal, sino más bien de Estados feudales plenamente independientes. Por esta misma razón, dicha fecha -año 771 a.C.- es la elegida por la historiografía tradicional para subdividir la era Zhou en dos períodos, el segundo de los cuales corresponde al denominado período de las ?Primaveras y Otoños? (Chun-chiu o Chungqiu).
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