Diccionario, - Otomano Vease mapa detallado [Aquí] Formación político-territorial fundada en el siglo XIII a partir de un pequeño principado turcomano que, desde Anatolia, se extendió por todo el Oriente Próximo y Medio y, por Europa, hasta las regiones danubianas. Su pervivencia hasta el siglo XX lo convierte en una de las grandes construcciones políticas de la historia del ámbito mediterráneo, que dominó entre los siglos XVI y XVII, para después hundirse en una lenta descomposición territorial, que culminó tras la derrota turca en la Primera Guerra Mundial y la consiguiente creación de la Turquía moderna (1923). El nacimiento del Imperio (1230-1453) Los orígenes del Imperio otomano fueron muy modestos. Los turcos hicieron su aparición en las llanuras de Anatolia a comienzos del siglo XI, siguiendo la estela dejada por los selyúcidas, quienes redujeron el área de dominio bizantino a una estrecha franja junto al mar Egeo. Uno de los numerosos clanes turcos que se instalaron en Anatolia fundó un principado en la región de Bitinia, junto a Nicea, en la frontera de los dominios bizantinos. Todo parece indicar que el clan del que saldría la dinastía otomana pertenecía a la federación de los gazi, guerreros islamizados inspirados por un fuerte espíritu religioso, a los que los selyúcidas utilizaron en su lucha contra los bizantinos. Este clan conquistó un pequeño territorio sobre el que se hizo reconocer la soberanía por el sultán selyúcida Kaikoad I. Por lo demás, éste fue uno de los muchos principados turcomanos que se constituyeron en Asia Menor durante esta época, como consecuencia del debilitamiento bizantino. El fundador de la dinastía, Otomán u Osmán I (1281-1324) aprovechó la decadencia del sultanato selyúcida para asegurar la independencia de su principado. Alentados por el espíritu de la guerra santa y teniendo como objetivo principal la búsqueda de botín, los otomanos realizaron, desde principios del siglo XIV, numerosas incursiones en la frontera bizantina. El sucesor de Osmán, Orkhan (1324-62) reafirmó la independencia de su principado asumiendo el título de sultán. En 1326 conquistó Bursa, un importante centro comercial, y en 1330 Nicea, a la que trasladó su capital. Con la toma de Nicomedia en 1337, los otomanos controlaron el acceso a los estrechos desde el mar de Mármara, una zona de vital importancia para Constantinopla. Desde allí, los turcos saltaron a Europa. En 1354 Orkhan estableció en Gallípoli el primer asentamiento europeo otomano y, hacia 1362, conquistó la importantísima ciudad de Adrianópolis, puerta de entrada a Tracia. Al mismo tiempo siguió extendiendo el dominio turco sobre Anatolia, en detrimento del poder de los emires selyúcidas y de los principados turcomanos de la región. Orkhan fue un magnífico militar y un organizador dotado. A él se debió la creación del cuerpo de los jenízaros, la elite militar que se convertiría en la principal herramienta de la expansión otomana. Pero, sin duda, ésta se sostuvo principalmente en el espíritu gazi, que convirtió a los otomanos en los nuevos campeones de la guerra santa islámica. Murad I (1359-89) prosiguió el avance turco por tierras balcánicas. En 1365 trasladó su capital a Adrianópolis, con lo que afirmó su voluntad de permanecer en Europa. De inmediato inició la conquista de Serbia. En 1371, su victoria frente a una coalición de cristianos ortodoxos junto al río Maritza le permitió incorporar a sus dominios parte de Macedonia, Albania, Serbia y Bosnia. Ante el incontenible avance turco, se organizó una coalición cristiana, formada básicamente por serbios y búlgaros, que consiguió rechazar a los otomanos en 1388. Pero, al año siguiente, las tropas otomanas obtuvieron una victoria fulminante en la batalla de Kosovo, que les abrió las puertas de Serbia y de la mayor parte de Bulgaria. Paralelamente, Murad consolidó su dominio sobre Anatolia e intentó desestabilizar al ya agonizante estado bizantino alentando sus muchas disensiones intestinas. Bayaceto I (1389-1402) completó el control turco sobre Anatolia y afianzó la presencia turca en Serbia y Tesalia. Incorporó Valaquia y recibió el vasallaje de diversos territorios balcánicos, como el despotado de Morea. Por el este, la expansión otomana alcanzó en 1400 las orillas del Éufrates. En la batalla de Nicópolis de 1396, Bayaceto infligió una derrota sin paliativos a un ejército de cruzados cristianos, encabezado por el rey Segismundo de Hungría. Pero su gran objetivo era la conquista de Constantinopla. Los emperadores bizantinos, vasallos de los sultanes otomanos desde años atrás, carecían del poder necesario para organizar una defensa eficaz de sus territorios. Sin embargo, Constantinopla seguía siendo una ciudad prácticamente inexpugnable. Bayaceto hizo construir la fortaleza de Andolu Hisar en la orilla asiática del Bósforo, desde la que podía controlar la navegación por el estrecho y acentuar la presión sobre la capital bizantina. En 1397 los ejércitos otomanos pusieron sitio por primera vez a Constantinopla. Aunque derrotaron a una armada de cruzados occidentales que había acudido en apoyo de los bizantinos, la ciudad se salvó gracias a la irrupción imprevista en Anatolia de las huestes tártaras de Tamerlán. En 1402, los tártaros vencieron e hicieron prisionero a Bayaceto en la batalla de Ankara. Tras haber conquistado Bursa, los tártaros se retiraron de Anatolia. Pero la desaparición de Bayaceto -que murió prisionero- significó el inicio de una época de guerras civiles por la sucesión al trono otomano, que suspendieron temporalmente el avance territorial turco. Ello fue aprovechado por los vasallos del sultán para deshacer los lazos que los unían al Imperio y aliarse con los tártaros. Aunque la muerte de Tamerlán en 1405 significó el fin de la presión mongola sobre el Imperio, el dominio turco quedó fragmentado como consecuencia de las luchas civiles. La reconstrucción otomana se produjo bajo Mehmet II (1413-21), quien logró restablecer el dominio turco sobre Anatolia. Su sucesor, Murad II (1421-51) reemprendió las conquistas en oriente. Una nueva tentativa de tomar Constantinopla fracasó en 1422, pero dos años después el emperador bizantino tuvo que rendir de nuevo vasallaje al sultanato. El avance otomano fue más significativo en los Balcanes. En 1430 Murad II conquistó Tesalónica, entre cuya población sus tropas perpetraron una terrible matanza. Entre 1440 y 1442 una nueva ofensiva turca fue frenada por los cristianos en las proximidades de Belgrado y en Transilvania. Estas victorias cristianas alentaron la puesta en marcha de una nueva cruzada cristiana, encabezada por Ladislao de Hungría, que, sin embargo, fue severamente derrotada en Varna en 1444. La derrota cruzada supuso un duro golpe para la Cristiandad, que veía en el expansionismo otomano la violenta revancha del Islam contra las cruzadas cristianas de los siglos XII y XIII. Mehmet II (1451-81) volvió sus ojos hacia la soñada Constantinopla, resuelto a acabar de una vez con el poderoso bastión bizantino. La conquista de la capital bizantina permitiría unir los dos grandes núcleos que integraban el Imperio otomano: el Asia Menor y los Balcanes. En 1452 los ejércitos turcos se instalaron en la ribera europea del Bósforo, donde construyeron la fortaleza de Rumeli Hisar. A pesar de la heroica resistencia de su población, Constantinopla cayó el 29 de mayo de 1453. Tres días después, los almuédanos llamaron a la oración comunitaria desde las torres de Santa Sofía, transformada en mezquita. El sultán, contrariamente a la costumbre otomana, permitió a sus tropas saquear la ciudad durante tres días, lo que hizo que se perdieran muchas de sus inmensas riquezas. Desde Constantinopla, los turcos continuaron su penetración en los Balcanes y recuperaron el control sobre sus antiguos estados vasallos. En 1460 conquistaron el despotado de Morea y, al año siguiente, Trebisonda, último vestigio del Imperio bizantino. El apogeo del Imperio (1453-1566) Un siglo y medio después de la fundación del principado osmanlí, los otomanos había logrado construir un imperio de grandes dimensiones que incluía a la antiguamente poderosa Bizancio. A diferencia de otros imperio, constituidos a partir de una conquista territorial fulgurante pero rápidamente desaparecidos, el otomano se asentó desde sus inicios sobre bases sólidas, buscando en todo momento el acercamiento a las poblaciones conquistadas e intentando aprovechar las estructuras sociales indígenas, por lo que su dominio fue menos oneroso de lo que, en principio, cabría pensar. Aunque representaron un peligro constante para la Europa cristiana hasta el siglo XVIII, los otomanos consiguieron establecer nuevos cimientos para la unificación del mundo islámico, lo que constituiría una de las principales bazas para su estabilidad y duración plurisecular. El reinado de Mehmet II se caracterizó por el avance imparable en todas direcciones: hacia occidente, los turcos conquistaron toda Serbia, Bosnia y Albania (1459-1468); una tras otra cayeron las plazas genovesas y venecianas en el mar Egeo (1460); en el mar Negro, arrebataron Crimea a los genoveses (1475). Esta expansión fue acompañada de un creciente dominio en el ámbito naval, que les llevó a instalarse incluso en Otranto, al sur de Italia (1480). En Europa central, el avance turco fue momentáneamente frenado en tiempos de Bayaceto II (1481-1512) por la dura resistencia de los húngaros. Pero, en el mar, obtuvieron su primera gran victoria sobre la armada veneciana en la batalla de Lepanto de 1499. Este triunfo puso en guardia a los estados occidentales, que, temerosos de que los turcos llegaran a controlar la navegación en el Mediterráneo, promovieron la creación de la Santa Liga, formada por el papado, Venecia, Hungría, España y Francia. La coalición cristiana no obtuvo resultados significativos, pero la expansión otomana hacia occidente conoció una nueva cesura en tiempos de Selim I (1512-20), que soñaba con unificar bajo su autoridad a todos los pueblos musulmanes. En menos de una década, los turcos acabaron con el dominio mameluco sobre Siria y Egipto. El título califal, que hasta entonces había permanecido en el seno de la dinastía abbasida, pasó a los otomanos (quienes, sin embargo, no lo reivindicarían oficialmente hasta 1774). El Imperio otomano alcanzó su apogeo bajo Solimán I el Magnífico (1520-66), cuyo reinado representa el momento culminante de la hegemonía turca en el Mediterráneo. Sin embargo, la segunda mitad del siglo XVI significó también el fin de la expansión territorial del Imperio y el comienzo de su decadencia y descomposición, claramente presentes en la centuria siguiente. Solimán conquistó Belgrado en 1521. Su decisiva victoria sobre los húngaros en Mohac (1529) le permitió establecer un protectorado sobre la mayor parte de Hungría. Ese mismo año, condujo sus ejércitos hasta las misma puertas de Viena, capital de los Habsburgo. Tras un infructuoso sitio de dos meses, el ejército otomano hubo de retirarse hacia sus bases en los Balcanes. En el ámbito asiático, en 1534 los turcos expulsaron de Irak a los persas sefevíes y conquistaron la emblemática Bagdad. Asimismo, obtuvieron resonantes victorias en el mar, como la conquista de Rodas a los venecianos en 1522. Solimán utilizó profusamente los servicios de corsarios musulmanes para consolidar su dominio sobre el Mediterráneo. El más famoso de estos corsarios fue Khair ben Eddyn, Barbarroja, que en 1520 conquistó Argel para el Imperio. Frente a los envites turcos, la Europa cristiana se hallaba profundamente dividida por las rivalidades nacionales. Francia, que luchaba por la hegemonía europea contra los Habsburgo de Viena y Madrid, estableció una alianza con el sultanato que le concedió, en los siglos siguientes, una posición de privilegio en el comercio con el ámbito de dominio otomano. A mediados del siglo XVI, el Imperio turco era la primera potencia del Mediterráneo. Sus dominios era inmensos: en Asia, abarcaban Anatolia, Armenia, parte de Georgia y Azerbaiyán, el Kurdistán, Mesopotamia, Siria y buena parte de la península arábiga -incluida la ciudad santa de La Meca, conquistada en 1517-; en África, Egipto y los estados beréberes (Argel, Túnez y Trípoli); y, en Europa, los Balcanes, Grecia, las provincias danubianas, Transilvania, Hungría oriental y Crimea. El declinar del Imperio (1566-1683) Pero, en el flanco oriental, el Imperio otomano sufría un acoso constante. Desde mediados del siglo XVI hizo su aparición un nuevo enemigo: Rusia. El principado de Moscú hostigó continuamente las fronteras turcas del mar Negro y el Cáucaso, utilizando para ello a los pueblos cosacos del Don. En respuesta a estos ataques, en 1578 los turcos, bajo el reinado de Murad III, lanzaron una gran ofensiva que puso bajo su control el Cáucaso y Azerbaiyán. Con ello, el Imperio alcanzó la cima de su expansión territorial, apropiándose de provincias cuyas riquezas salvaron a la hacienda otomana de las dificultades que la atenazaban, al menos durante el medio siglo siguiente. Sin embargo, al apogeo turco siguió, casi inmediatamente, el inicio de su declive. El siglo XVII estuvo marcado por un inexorable, aunque lento, proceso de decadencia y descomposición interna, sólo interrumpido por el período entre 1656 y 1676, en que gobernó de manera efectiva la dinastía de los grandes visires Köprüli. El Imperio perdió su antiguo dinamismo, estancado por la fosilización de sus estructuras internas. Todos sus resortes perdieron eficacia ante la desidida de sultanes entregados a una vida de placeres, desinteresados por los asuntos de estado y cuyo capricho hacía cambiar continuamente a los grandes visires. Las intrigas cortesanas se convirtieron en la principal amenaza para la recuperación del dinamismo perdido. Ahmed I (1603-17) afrontó, nada más iniciarse su reinado, las revueltas de Anatolia, Siria y Líbano, y sólo con gran esfuerzo consiguió restablecer momentáneamente el orden en dichas regiones. Le sucedió en el trono su hermano Mustafá, que en 1618 fue depuesto por Osmán II, hijo de Ahmed. El nuevo sultán estaba decidido a hacer frente a la grave crisis interna y para ello intentó, en primer lugar, reducir el poder de los jenízaros y devolver a éstos sus antiguas dotes guerreras. Pero los jenízaros le asesinaron en 1622. Fue ésta la primera de una serie de intervenciones decisivas y sangrientas de los jenízaros para eliminar a sultanes y visires indóciles. Mustafá fue restablecido en el trono, pero en 1623 le sucedió Murad IV (1623-40), de sólo doce años. La minoridad del sultán agravó la crisis interna del Imperio, amenazado por el peligro constante de las insurrecciones internas y por la creciente desvertebración de su ejército. Cuando en 1632 Murad sumió plenamente el poder demostró una inusual energía para hacer frente a los problemas internos de su Imperio. Hasta su muerte ocho años después, puso en marcha una serie de medidas que lograron en parte sanear el estado de la hacienda otomana y restaurar el orden en las provincias. Pero su sucesor, Ibrahim I (1640-48) era un desequilibrado que acabó con los progresos del reinado anterior. Tras su asesinato, le sucedió Mohamed IV (1645-87), un niño de siete años, cuya regencia se disputaban su madre y su abuela. Durante su reinado la anarquía se adueñó del Imperio. Los jenízaros volvieron a ejercer su nefasta tutela sobre el sultanato, mientras los visires se sucedían de forma vertiginosa, lo que impedía mantener la necesaria estabilidad política para subsanar el desorden interior. Las insurrecciones se multiplicaron (como, por ejemplo, la de los gremios de Constantinopla), al tiempo que las provincias periféricas aprovechaban la debilidad del poder central para deshacer sus vínculos con el sultanato. En 1656 accedió al poder la familia de los grandes visires Köprüli, cuya labor detendría temporalmente el declive otomano. Los Köprüli, de origen albano, ejercieron el poder hasta 1710 y lograron devolver al Imperio parte de su antiguo dinamismo militar y detener su descomposición territorial. Mohamed IV nombró gran visir a Mohamed Köprüli (1656-61), cuyo gobierno dictatorial (1656-61) estuvo orientado a reorganizar las finanzas, a acabar con las intrigas cortesanas mediante el sometimiento de los jenízaros a su autoridad y a restablecer el prestigio exterior del Imperio. Le sucedería su hijo, Ahmed Köprüli (1661-1676), el estadista más cualificado de la dinastía, que desarrolló una política de tolerancia religiosa y fomentó la actividad cultural y la economía interna del Imperio. En principio, la difícil situación interior otomana no se dejó traslucir en un rápido declive exterior. Poco después de la muerte de Solimán el Magnífico, la Europa cristiana cosechó su primera gran victoria naval ante los turcos en la batalla de Lepanto (1571), en la que una flota formada por navíos españoles, papales y venecianos derrotó sin paliativos a la armada turca. Aunque este triunfo no tuvo consecuencias territoriales, reforzó la confianza de la Europa cristiana frente al Turco y evidenció la pérdida de eficacia del ejército otomano frente a la potencialidad bélica de occidente. La euforia cristiana fue, no obstante, efímera, ya que en 1574 los turcos reconquistaron Túnez, ocupada por los españoles poco antes, y, en Europa central, consiguieron mantener su dominio sobre Hungría, pese a los esfuerzos cristianos. Desde fines del siglo XVI se produjo un cambio importante en la dinámica histórica que hasta entonces había enfrentado en los Balcanes y el eje danubiano al Imperio otomano y al austriaco. Tras la firma de una tregua en 1580, ambas potencias parecieron volverse la espalda, abandonando tanto la guerra naval, demasiado costosa, como la terrestre, para centrarse en nuevos intereses. Ello supuso una reducción espectacular -aunque momentánea- de la conflictividad en el Mediterráneo y los Balcanes, pero también el fin del fluido intercambio que hasta entonces había caracterizado las relaciones entre ambos imperios. Esta época coincidió con un gran avance de la tecnología naval occidental, que tendría enormes repercusiones en la evolución del comercio, las comunicaciones y la difusión de ideas durante el siglo XVII. El mundo otomano no participó de esta Enciclopedia, México, Colima, Revista Electronica Fumarola, Noticias LeeColima, Lee Colima
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