Estrellas

Autor  González Ramírez Gerardo

 

Guadalajara, Jal. 4/05/1962 .- Inicialmente se integra como Becario de la Universidad de Colima, a la Cía. desde 1982, participando en 30 puestas en escena, egresado de la Lic. en Letras y Comunicación.

 


Actor. .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .

No deseo perder detalle de nada. Quiero recordarlo todo para cuando se lo cuente al “Macetón”, a Luz, al “Bizco”, a Luis. Se quedarán con la boca abierta cuando les diga que la nave por dentro es como un tubo largo cubierto de luces, de plástico y esponjoso. Atrás de seguro van los motores con cohetes impulsores. En la azotea con María he llegado a contar hasta mil doscientas cincuenta y tres estrellas.

No deseo perder detalle de nada. Quiero recordarlo todo para cuando se lo cuente al “Macetón”, a Luz, al “Bizco”, a Luis. Se quedarán con la boca abierta cuando les diga que la nave por dentro es como un tubo largo cubierto de luces, de plástico y esponjoso. Atrás de seguro van los motores con cohetes impulsores.Vamos a miles de kilómetros por hora. Pero casi no sentimos la velocidad. Veo por unos instantes una estrella y luego otra la sustituye. Son cientos, miles, no, millones. No son blancas todas, algunas parecen rojizas, otras azules, aquellas amarillas. Las estrellas me gustan desde que estaba chico, más pequeño que como está ahora el Miguel, mi hermano que tiene 6 años. Mi papá nos llevaba en semana santa al Real, a acampar en la playa. Me gustaba acurrucarme con la abuela después que las ballenas jalaban el sol al fondo del océano. Ahora la luz pertenece a los peces y para nosotros es la noche, me decía mi abuela. Ella señalaba las lucecitas del cielo y les daba nombre. Yo repetía bajito: constelación de los afligidos, osa de los desamparados, cruz de los desaparecidos. El cielo da vuelta donde nosotros damos vuelta.

No deseo perder detalle de nada. Quiero recordarlo todo para cuando se lo cuente al “Macetón”, a Luz, al “Bizco”, a Luis. Se quedarán con la boca abierta cuando les diga que la nave por dentro es como un tubo largo cubierto de luces, de plástico y esponjoso. Atrás de seguro van los motores con cohetes impulsores.Vamos a miles de kilómetros por hora. Pero casi no sentimos la velocidad. Veo por unos instantes una estrella y luego otra la sustituye. Son cientos, miles, no, millones. No son blancas todas, algunas parecen rojizas, otras azules, aquellas amarillas. . El cielo da vuelta donde nosotros damos vuelta.A veces pasamos por túneles oscuros como si fuéramos en ferrocarril. De repente las estrellas aparecen en ramilletes de luces que se abren a nuestro paso. Son muy luminosas, las caras de todos los pasajeros se iluminan como si les diera el sol. Nunca vi tantas estrellas como en la playa. Ni siquiera en la azotea de la casa de Luz María, y eso que la casa de Luz es la única en el barrio que tiene dos pisos.

El capitán habla todo el tiempo con palabras raras, de magnitud estelar, espectro de luz, rotación planetaria y otras cosas. Casi no le presto atención, sólo veo, quiero ver sin parpadear. Tengo miedo de cerrar los ojos y aparecer en mi cama. Podía contar más estrellas pero Luz siempre me interrumpe. Comienza con sus juegos, a hacerme cosquillas o a lamerme la oreja. Aunque ella es cuatro años mayor que yo y está reloca, la aguanto porque desde su casa se ve más cerca el cielo. Nos acercamos a una estrella grande. Avienta chispas para todos lados. Sus puntas aparecen y desaparecen. No volveré a dibujar estrellas de cinco puntas, les pondré veinte o más.

Por momentos parece que nos detenemos y las luces son las que se acercan, Se acercan tanto como si fuéramos a chocar con ellas. No alcanzo a contarlas todas. Mirando las estrellas tan en mis ojos me acuerdo de Luz y la vez que me dijo que había atrapado una. Yo no le creí y ella repetía que sí, que sí. Llevaba contadas mil cien luces y esa vez quería pasar mi límite. – ¡Atención, pasajeros! –dice alarmado el capitán–. Una nave desconocida se acerca hacia nosotros. Para que dejara de molestar le dije que me la enseñara. Nuestra bala gigantesca se sacude, escuchamos una sirena y unos focos amarillos prenden y apagan en la parte de arriba de los asientos.

Malditos marcianos se han de estar vengando por lo que les hizo el “Santo, enmascarado de plata”, cuando querían invadir la Tierra. Paré de contar cuando se levantó el vestido y me dijo aquí la tengo atrapada. No traía calzones y le salía luz entre los pelitos. El capitán explica que nuestra nave es de recreo y no tenemos armas de combate. Los motores aceleran y vamos zigzagueando evitando sus disparos destructores. Quise tocarla con la mano pero ella me dijo que no porque se deshacía, que la tocara con la lengua.. Estaba deslumbrado. Me hinqué sin dejar de verla. Acerqué la boca entre sus piernas. El señor de bigotes aprieta el cinturón de seguridad, yo cierro los puños a mis costados, los novios tratan de abrazarse.

Y de repente, los disparos cesan y nuestra nave recupera su estabilidad. Saqué la lengua como cuando me confieso y voy a recibir la ostia. Primero sentí los pelitos en la boca, ella me dijo que buscara más abajo. Nos salvamos, pienso. Pero los marcianos salen de lo oscuro y sale un maldito rayo contra nosotros. El golpe es como si chocáramos contra un tren. Toqué la estrella. Sabía a sal como el mar y agridulce como los tamarindos. Olía como tierra recién mojada. Estaba calientita y quemaba a Luz porque se quejaba bajito. Parecía viva, palpitaba al lamerla.

La nave vibra zangoloteándonos en los asientos. Nos sacudimos latigueando las cabezas. El capitán dice que los motores están averiados y aterrizaremos de emergencia. Yo la tocaba suave, quería conocer de lo que estaba hecha. Como pedacito de melón jugoso. La recorría toda sintiendo cómo se iba calentando. No la sueltes decía María temblando. No creo que ahí termine el viaje.

Pinches marcianos. Dejamos atrás las estrellas. Nos sumergimos en nubes grises espesas. Desabrocho mi cinturón. No me importa que descendamos a miles de kilómetros de velocidad. Pensé que se iba a escapar y movía la lengua tapando todas las salidas. Ella me pegó más contra sus piernas, pero fue inútil, la vi escurrirse como agua trasformada en luz en el último quejido de María.

La nave vuela al ras del suelo. Los pasajeros tienen abiertos sus ojotes y se agarran con las uñas al asiento. Los marcianos no existen, digo mientras cruzo los brazos. La nave se detiene. Me levanto antes que la voz del capitán diga: “Hagan el favor de salir por la puerta de atrás”.

Luz me ha dicho que pronto va atrapar otra estrella.