Costuras del habla y los telares de la voz

Autor Licda. Ma. Magdalena Escareño Torres.

 

Los contadores, las contadoras, lo que cuentan, las que cuentan… están tejiendo los tejidos del habla con agujas del paso de las horas y los hechos que, de una u otra manera, perduran para ser escenarios de la Historia. Esto se da desde épocas remotas, ante jeroglíficos que se van descubriendo y traduciendo a las lenguas actuales para tratar de entender la existencia misma desde que el ser humano es un ser pensante. Así, surge el palpitar del conocimiento de sucesos venerables o no, cotidianos o extraordinarios que apuntalan la conjunción, la herencia y o el hendimiento de los pueblos. Habrá caminos distintos, quizá, para encontrar las fracturas y suturas del pasado, pero es sabido que un centro de enlace de la escritura: donde hay multiplicidad de voces y de acontecimientos que reflejan y espejean las tentativas, los declives o proclives, los avances o retrocesos de la inteligencia, las cribas o cernideros por donde se filtran los sentimientos o las frustraciones, las maneras del decir, los nombres y más nombres de los que hablaron o escucharon o escribieron el acontecer de días claves para hacer valer su circunstancia, su voz y su presencia en el futuro, en nuestro presente, en el hoy de cualquier tiempo del después; será precisamente el centro de los interlocutores, en el ayer, en el hoy y en el siempre.

Hablar de ello es hablar de los Archivos Históricos de las ciudades, de los estados, de las naciones, de las universidades, y demás centros de acopio del conocimiento del estar del ser humano. Y desdoblar el valioso magnetismo que guardan estos documentos, entre páginas amarillentas de tan cansadas de vivir, por el ojo observador y atento del historiador, del investigador, del curioso, o de aquel que anda tras la pista de lo sorprendente, da como resultado el quién o quiénes, en un momento preciso de la historia, asimilaron o desafiaron tradiciones y costumbres; así mismo, el cómo se establecían o se daban las relaciones entre los individuos; el porqué de los enredos o confrontaciones, o bien, sumisiones, ante el poder; el dónde de los hechos que enclavan situaciones de sobresalto, meritorios de ser contados y dejarlos plantados con las raíces de la escritura; sí, raíces de la escritura, mediante la cual podemos hacer un largo recorrido retrospectivo para saber, un poca más o un poco menos, el cuándo y el cuánto, en tiempo, en forma y en fondo, de nuestros orígenes: porqué somos lo que somos, o cómo nos hemos ido transformando, entre las capas del pasado, ante las adversidades o fortunas que produce el mismo quehacer humano, y o, ante el sentido imprevisto que nos da o nos quita la propia naturaleza. Sí, porque todo esto y más, incluyendo estadísticas sobresalientes, está plasmado en estos cuerpecitos de papeles viejos que, sudorosos de humedad, de tan viejos, guardan los secretos de la perversión o invención o integridad o degeneración del alma humana. Años y años, y ojos y ojos sobre ellos, se requieren para escudriñar las entrañas y las vísceras del pasado. Si estos seres tan perfectos o imperfectos quedan en las acequias de las tumbas, respirando el hollín del olvido, nosotros, en nuestro presente, seremos seres sin origen, seres de segunda, seres que no cuenten con elementos de juicio para conducir, de mejor manera, nuestro destino. No saber de nuestros ancestros, es como si naciéramos del vacío.

Ahora bien, el acontecer de este día, jueves trece de marzo del año dos mil ocho, nos convoca, y nos conmueve de felicidad, porque en este recinto, la casa del archivo, como todos la conocemos, celebramos quince años de labor permanente y tenaz, arduo y atinado, ejemplo para tantos acervos que están en descuido y opacados, y es de decir que, en la discreción y en la observación de lo más íntimo, he visto que el quehacer de éste, nuestro archivo, tiene la constancia de que día a día se abren páginas de nuestra historia.

El acervo de esta casa, nuestra casa, no se encuentra entre las telarañas del tiempo gris y mugriento, no, no lo vemos calcinarse en el fuego del abandono, sino reconstruirse y construirse, afianzarse y depurarse, crecer, descubrirse y redescubrirse, desempolvarse y descifrarse. El quehacer en esta casa, de los integrantes que están y han estado, es un palpitar de corazón en el pulso del asombro: un ir y venir de estudios y doctorados para contar con las herramientas cognoscitivas más afines y fundamentales para la investigación del lente del historiador; así mismo, para aquellos que han adquirido el compromiso de mantener, en un estado idóneo, estos cuerpos de papel y escritura, que de tan viejos sudan secretos, y que con ese rigor, del que sabe y reconoce la importancia de estos secretos que han de darse a luz o ya se dieron, en su tiempo, en su forma y en su fondo, son tratados y cuidados con esmero para que no se deshagan entre las manos del tiempo; y entre guantes, virginales y purificados, del color del algodón, son acariciados estos cuerpos para indagar en ellos sus secretos. Así, en su tiempo de reposo, cada cuerpo tiene asignado su espacio y su código, y los que llegan o llegarán lo tendrán; ellos son materia y conservarlos es vital porque en ellos está el alma de la escritura, la que dice y cuenta, la que canta las estrofas de aquellos que pudieron dejar constancia de que vivieron, mas es triste reconocer que, quizá lo más, no tuvieron la misma oportunidad, y así en la historia habrá lagunas con aguas sulfurosas que destilan coplas de misterio.

Reitero, que esta casa, la casa del archivo, es un ejemplo a seguir. Porque en ella no sólo se resguardan, con las exigencias de oficio, documentos relevantes, sino que hay a partir de ellos una traslación de sucesos y conocimientos para la reconstrucción del lenguaje en el ojo del lector no especializado, o bien, para el ojo del más estricto de los estudiosos. Así, vemos libros y más libros, cuadernillos y más cuadernillos editados con el sello de la casa del archivo; publicaciones con un estilo definido y preciso, ediciones de calidad y del buen gusto. Y en anexión, la casa del archivo, también, es coeditora. Es sorprendente y admirable que en ella esté la germinación de la suma de esfuerzos, que no sólo se encamine en la redención de su acervo, sino que se acerque y deje acercarse a los otros, los que buscan dejar acentuada la palabra viva, la que sabe decir, como es el caso de los literatos o los estudiosos del lenguaje o de la vida misma que logró dejar huella. Y con plena confianza, otros, también, se acercan a esta casa con su maleta de existencia, para hacer fortuitas donaciones de acervos que hacen crecer, entre corredores y estantes, lenguajes y acertijos, las alas de este recinto, y que han de cohabitar entre los silencios y los ecos de sus muros.

Para finalizar, y por tratarse de la región más transparente de las emociones humanas, es decir, la convivencia, la suculencia del acto mismo del encuentro, es aplaudible señalar que la actividad cultural, social, intelectual y facultativa que se gestiona y se vive en este recinto, desde que se hizo casa y desde que se hizo espejo, es un claro ejemplo de que con la perseverancia se llega a horizontes de maduración, más así, cuando día a día la agenda está completa y complacida a las necesidades de expresión, de experimentación, de debate, de exploración, de cotejo de maneras del pensamiento, de desenredos de la memoria, entre tantas y tantas manifestaciones humanas que nos permiten abrir una ventana tras otra.  

Es por todo lo mencionado, el título de este pasaje, costuras del habla y los telares de la voz, la palabra que nombra, la que construye y reconstruye, la que está en la página para un día abrir los ojos, la que habrá de remendar o ha remendado las grietas de la historia, porque hoy y desde hace quince años la Casa del Archivo, nuestra casa, es un telar esencial entre las sedas de la Historia de Colima. (Magda Escareño/Hiperestesia/mar/08)