Autor Licda. Ma. Magdalena Escareño Torres. |
Hablar de ello es hablar de los Archivos Históricos de las ciudades, de los estados, de las naciones, de las universidades, y demás centros de acopio del conocimiento del estar del ser humano. Y desdoblar el valioso magnetismo que guardan estos documentos, entre páginas amarillentas de tan cansadas de vivir, por el ojo observador y atento del historiador, del investigador, del curioso, o de aquel que anda tras la pista de lo sorprendente, da como resultado el quién o quiénes, en un momento preciso de la historia, asimilaron o desafiaron tradiciones y costumbres; así mismo, el cómo se establecían o se daban las relaciones entre los individuos; el porqué de los enredos o confrontaciones, o bien, sumisiones, ante el poder; el dónde de los hechos que enclavan situaciones de sobresalto, meritorios de ser contados y dejarlos plantados con las raíces de la escritura; sí, raíces de la escritura, mediante la cual podemos hacer un largo recorrido retrospectivo para saber, un poca más o un poco menos, el cuándo y el cuánto, en tiempo, en forma y en fondo, de nuestros orígenes: porqué somos lo que somos, o cómo nos hemos ido transformando, entre las capas del pasado, ante las adversidades o fortunas que produce el mismo quehacer humano, y o, ante el sentido imprevisto que nos da o nos quita la propia naturaleza. Sí, porque todo esto y más, incluyendo estadísticas sobresalientes, está plasmado en estos cuerpecitos de papeles viejos que, sudorosos de humedad, de tan viejos, guardan los secretos de la perversión o invención o integridad o degeneración del alma humana. Años y años, y ojos y ojos sobre ellos, se requieren para escudriñar las entrañas y las vísceras del pasado. Si estos seres tan perfectos o imperfectos quedan en las acequias de las tumbas, respirando el hollín del olvido, nosotros, en nuestro presente, seremos seres sin origen, seres de segunda, seres que no cuenten con elementos de juicio para conducir, de mejor manera, nuestro destino. No saber de nuestros ancestros, es como si naciéramos del vacío.
El acervo de esta casa, nuestra casa, no se encuentra entre las telarañas del tiempo gris y mugriento, no, no lo vemos calcinarse en el fuego del abandono, sino reconstruirse y construirse, afianzarse y depurarse, crecer, descubrirse y redescubrirse, desempolvarse y descifrarse. El quehacer en esta casa, de los integrantes que están y han estado, es un palpitar de corazón en el pulso del asombro: un ir y venir de estudios y doctorados para contar con las herramientas cognoscitivas más afines y fundamentales para la investigación del lente del historiador; así mismo, para aquellos que han adquirido el compromiso de mantener, en un estado idóneo, estos cuerpos de papel y escritura, que de tan viejos sudan secretos, y que con ese rigor, del que sabe y reconoce la importancia de estos secretos que han de darse a luz o ya se dieron, en su tiempo, en su forma y en su fondo, son tratados y cuidados con esmero para que no se deshagan entre las manos del tiempo; y entre guantes, virginales y purificados, del color del algodón, son acariciados estos cuerpos para indagar en ellos sus secretos. Así, en su tiempo de reposo, cada cuerpo tiene asignado su espacio y su código, y los que llegan o llegarán lo tendrán; ellos son materia y conservarlos es vital porque en ellos está el alma de la escritura, la que dice y cuenta, la que canta las estrofas de aquellos que pudieron dejar constancia de que vivieron, mas es triste reconocer que, quizá lo más, no tuvieron la misma oportunidad, y así en la historia habrá lagunas con aguas sulfurosas que destilan coplas de misterio.
Para finalizar, y por tratarse de la región más transparente de las emociones humanas, es decir, la convivencia, la suculencia del acto mismo del encuentro, es aplaudible señalar que la actividad cultural, social, intelectual y facultativa que se gestiona y se vive en este recinto, desde que se hizo casa y desde que se hizo espejo, es un claro ejemplo de que con la perseverancia se llega a horizontes de maduración, más así, cuando día a día la agenda está completa y complacida a las necesidades de expresión, de experimentación, de debate, de exploración, de cotejo de maneras del pensamiento, de desenredos de la memoria, entre tantas y tantas manifestaciones humanas que nos permiten abrir una ventana tras otra.
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